viernes, 11 de enero de 2008

Nuestar mayor virtud... (II)

A la espera de la confirmación de MCano como colaborador de este espacio, y previo consentimiento suyo, me veo en la obligación de poner su comentario a "Nuestra mayor virtud..." como una entrada nueva de este blog, porque no tiene desperdicio:

"Por tarde que sea, creo que hoy sí que vale la pena escribir algo, querido brother, puesto que si no lo hago ahora, me parece que tardaré en poderlo hacer.

Aunque la frase de tu médico es muy atrayente, y de hecho da para escribir muchas páginas, no deja de ser una "contradictio in terminis". En román paladino: que lo que es virtud no puede ser defecto, y lo que es defecto no puede ser virtud; que son excluyentes, vamos.

Muy bien enumeradas las 7 virtudes, de las que Santo Tomás de Aquino dice que "consisten en el seguir o imitar de Dios." Para los cristianos, siguiendo también ahora al Aquinate, "Cada virtud, como toda otra cosa, tiene su tipo (ejemplar) en Dios. Por tanto la mente Divina en sí misma es el prototipo de prudencia; Dios utilizando todas las cosas para administrar su Gloria es el tipo de templanza o temperanza, por el cual el hombre sujeta sus bajos apetitos a la razón; la justicia es tipificada por la aplicación de la ley eterna de todos sus trabajos; la Divina inmutación es el prototipo de la fortaleza. Y, debido a que está en la naturaleza del hombre vivir en sociedad, las cuatro virtudes cardinales son sociales (politicae) en la medida de que mediante ellas, el hombre ordena su conducta en la vida diaria.

No obstante, el hombre debe levantarse a sí mismo más allá de su vida natural hacia la vida Divina: “Sean perfectos como mi Padre que está en los cielos” (Mateo 5, 48). Es necesario entonces tener ciertas virtudes en medio de las virtudes sociales que son humanas, y las virtudes ejemplares, que son divinas."

Como conclusión de todo este rollo tomista: que para nosotros la virtud es la imitación de Dios, que reúne en sí la perfección de todas las virtudes. Por tanto, los defectos, como ausencia de dichas virtudes, nunca podrán ser virtud. Ni siquiera el conocerse a sí mismo puede ser considerado como una virtud, sino como el medio -realmente necesario- para identificar y reconocer nuestros defectos y poder al mismo tiempo cultivar en nosotros las virtudes antes enumeradas.

Pero esta autoconciencia personal tiene un trasfondo difícil de abarcar en unas pocas líneas: el hombre cuanto más conoce la realidad y el mundo y más se conoce a sí mismo en su unicidad, le resulta más urgente el interrogante sobre el sentido de las cosas y sobre su propia existencia. La exhortación griega "gnosthi seautón" ("conócete a ti mismo") que has citado estaba esculpida sobre el dintel del templo de Delfos, para testimoniar una verdad fundamental que debe ser asumida como la regla mínima por todo hombre deseoso de distinguirse, en medio de toda la creación, calificándose como "hombre" precisamente en cuanto "conocedor de sí mismo".
Por lo demás, una simple mirada a la historia antigua muestra con claridad como en distintas partes de la tierra, marcadas por culturas diferentes, brotan al mismo tiempo las preguntas de fondo que caracterizan el recorrido de la existencia humana: ¿quién soy? ¿de dónde vengo y a dónde voy? ¿por qué existe el mal? ¿qué hay después de esta vida? Estas mismas preguntas las encontramos en los escritos sagrados de Israel, pero aparecen también en los Veda y en los Avesta; las encontramos en los escritos de Confucio y Lao-Tze y en la predicación de los Tirthankara y de Buda; asimismo se encuentran en los poemas de Homero y en las tragedias de Eurípides y Sófocles, así como en los tratados filosóficos de Platón y Aristóteles. Son preguntas que tienen su origen común en la necesidad de sentido que desde siempre acucia el corazón del hombre: de la respuesta que se dé a tales preguntas, en efecto, como tú muy bien has dicho, depende la orientación que se dé a la existencia.

Ya ves, querido Antonio, que el tema de las virtudes, que nos lleva a la necesidad de conocernos antes que nada a nosotros mismos, es más denso de lo que a primera vista puede parecer. Modestamente, prefiero no ver mis defectos como virtudes, sino como defectos, y como tales, procurar subsanarlos. Ni siquiera veo el conocerme a mí mismo como una virtud en sí, sino, como ya he dicho, el medio para alcanzar la virtud. Y para todo ello, me gusta siempre tener presente un principio de moral realmente sabio: "Prudentia mater omnium virtutum" o lo que es lo mismo, "la Prudencia es la madre de todas las virtudes".

Eso sí que es virtud.

Cano."

jueves, 3 de enero de 2008

Nuestar mayor virtud...

Si por algo se han caracterizado estas fiestas navideñas han sido por mi estado de salud. Llegué a casa con una irritación del sistema digestivo, producida tal vez por una mariscada acompañada al día siguiente por una fiesta pre vacacional en la que comenzamos desayunando sidra. Puede ser que fuera eso. La cuestión es que dicho estado se prolongó hasta el nuevo año con unas reacciones que hicieron que estas fechas pasaran de forma diferente: nada de alcohol, nada de comidas abundantes, pocos dulces, visita al médico, mal descanso por las noches, y muchos cuidados por parte de las enfermeras de la casa. Así que comencé el año nuevo rodeado de la familia, sereno, ligeramente más delgado… ¿afectarán estos cambios al devenir de mi vida en estos próximos 365 días (menos 3 que ya han pasado)? Para colmo, estudié el mismo día 31 y el mismísimo día 1. ¡Increíble!

Una de las pocas veces que salí de casa fue para visitar al médico. No a un médico cualquiera, sino a un naturalista y homeópata. Ya había ido en otras ocasiones por otros motivos, pero el punto del que parten, parece ser, todos mis males es siempre el mismo: el estómago (eso me dice, y yo me lo creo). Así que todos los que pensáis que estoy mal de la cabeza o de otros órganos de mi cuerpo… pues que sepáis que no, que es el estómago. Si algo caracteriza a este hombre es que habla bastante. Mientras estás allí bajo sus cuidados va contándote anécdotas, historias, dándote consejos. Es un hombre que ha recorrido mundo, inteligente, que ama su profesión, y que curiosamente también ha padecido del sistema digestivo (espero no llegar hasta tal punto). Además de notar alivio una vez he ido a su consulta, al hecho de la comunicación también le doy mucha importancia. No soy una persona de muchas palabras pero me gusta escuchar. Y lo que dice suele ser interesante. Y en esa visita no fue menos. La frase con la que me quedé, por encima de otras, fue la siguiente:

“La mayor virtud que tenemos son nuestros defectos. Porque son los defectos lo que uno puede ir superando”

Habrá pasado una semana desde entonces y no es que haya tenido tiempo de pararme a pensar mucho en esto, puesto que mi cabeza es un hervidero de ideas, de temas en los que pensar, de proyectos (sobra decir que de salud vuelvo a estar perfecto, solo me falta recuperar un poco de peso). Pero hoy me he parado a pensar en ello, porque estaba por ahí dando vueltas en mi cabeza y he decidido que hoy tocaba pensar en esta frase.

Primeramente tendríamos que tener claro qué es virtud y qué es defecto. Ya no la definición en sí, más bien qué es lo que nosotros entendemos por virtud o a lo que nosotros aplicamos el término de virtud (o de defecto). Según la teología cristiana (si me equivocó prometo informarme mejor y corregirlo) conocemos tres virtudes teologales: Fe, Esperanza, y Caridad; y cuatro virtudes cardinales: Prudencia, Fortaleza, Justicia, y Templanza (quizá un día dedique una entrada a cada una de ellas). Y los defectos deberíamos entenderlos, primeramente, como la carencia de esas virtudes. Supongo que todo defecto podría reducirse finalmente, o podría ligarse a la no existencia en la persona de alguna de esas siete virtudes.

Y por qué saber las virtudes. Pues para conocer los defectos. Porque si no conocemos ni uno ni lo otro, ¿cómo vamos a intentar mejorar? ¿Cómo vamos a superar qué?

Por lo tanto, yo creo que la mayor virtud que podemos poseer es conocer nuestros propios defectos, para, a partir de ese conocimiento, mejorar. Conocernos a nosotros mismos. Ardua tarea. Y muchas veces, diría, un tanto frustrante o desilusionante. Pero somos lo que somos cada uno. ¿Cómo vamos a obrar frente a diferentes situaciones de la vida si ni tan siquiera sabemos cómo somos? ¿Cómo vamos a conocer a alguien sin conocernos a nosotros mismos?

Igual las pastillas que me recetó me han afectado un poco (lo que me recuerda que debo tomármela, disculpadme un momento…)

(… ya) No creo que me afecten a la hora de pensar. A ver si ahora resulta que mi estómago es el órgano que domina mi organismo (tampoco es eso, quizá solamente el más débil… y luego me critica la gente porque como despacio).

Conócete a ti mismo. Ten valor para hacer frente a tus defectos. Supéralos. Y se siempre tú mismo.


Esa sería la mayor virtud.

martes, 1 de enero de 2008

Matar un ruiseñor

Hoy inicio un nuevo viaje por un mundo desconocido para mí: el blog. Está de más decir que todo lo que aquí aparezca serán opiniones mías que espero sean respetadas, aunque no por ello compartidas. Si bien es cierto que en muchas ocasiones tiraré de información aparecida en otros blogs que pueda ir visitando, o de otros sitios de internet, será con el único fin de recopilar información o dar nuevas vías de difusión al tema en cuestión.

Y como no podía ser de otra manera, mi andadura empezará hablando sobre un libro.

Una novela, un Pulitzer. ¿El sueño de todo escritor estadounidense? Puede ser que así sea. Un premio que viene a simbolizar la excelencia. Que si ese año no hay ninguna obra que muestre haber llegado a tal punto simplemente no se da el premio. Imaginaos de qué estamos hablando.

Y escribir una novela no es solamente que te venga la inspiración y ponerte a darle al teclado o a la estilográfica. La inspiración es algo muy importante. Pero también lo es el estudio previo. Tanto de los personajes como de los lugares donde se desarrollan las acciones. No puede haber incongruencias. Todo esto tiene mayor importancia cuando desarrollamos nuestra historia en lugares no ficticios, en épocas concretas. Todo debe casar. Incluidos los personajes en los que nos basamos para conducir la trama. La suma de todo esto junto con la trama de la historia fruto de nuestra imaginación es lo que tenemos que conseguir transportar hasta el lector, y que el lector sea a su vez transportado hacia nuestra creación. Ser capaces de que el lector consiga sin esfuerzo verse dentro de la historia, en el lugar, si no reflejado en los personajes, con la capacidad suficiente como para ser observador de lo que allí acontece, que forme parte, que se lo crea. Porque todo el estudio previo, todo análisis al que hemos sometido a nuestros personajes, todos los planos de los lugares, nos han permitido transformar esa idea que nos había dado la imaginación en una historia posible.

Y no es menos importante el hecho de que esa historia bien cohesionada nos consiga transmitir algo. Nos enseñe, nos haga pensar. Porque una obra que no transmite queda en el olvido. Y una obra que queda en el olvido no puede ser recomendada por los propios lectores mediante el “boca a boca”, que creo es el método más importante de publicidad que puede tener tales creaciones.

Así pues nos encontramos con la imaginación, el análisis, y con hechos o sentimientos que transmitir.

Harper Lee consiguió unir todo esto en la única novela que escribió en 1960 y por la que fue premiada con el Pulitzer en 1961.

Eligió una ciudad ficticia del estado de Alabama (donde nació), en Estados Unidos. Una época. Mediados de 1930, marcada por la Gran Depresión, crisis económica mundial que se inició en 1920 y se prolongó durante toda la década de 1930, que se caracterizó por el deterioro del nivel de vida, el incremento del desempleo, la miseria. Una época llena de desigualdades, de prejuicios.
Eligió unos sentimientos que transmitir. Aversión al racismo, a la desigualdad entre ambos sexos, crítica a la educación o al sistema educativo (que es donde se inculcan los valores de la sociedad). Hechos que se manifestarán de diferentes formas en la trama y que harán que los personajes adopten posturas frente a ellos: el juicio a un hombre negro por un crimen que él no ha cometido, la educación en la escuela frente a la educación que se pueda dar en casa, la forma de actuar de las damas…

Y eligió unos personajes para acompañarnos durante nuestra lectura. Por encima de los demás, dos: Atticus Finch, abogado, respetado por todo el condado, personaje que encarna la justicia, el sentido común… lo contrario a lo que la autora quiere criticar; y Scout, hija del primero (Se ha comentado que la propia Harper Lee encarnaría a Scout, y que en Atticus estaría reflejado su padre). Y será por medio de sus ojos y pensamiento como seguiremos la historia. Una niña de 6 años especial: huérfana de madre y a la que su padre ha educado sin tener en cuenta que sea chico o chica, basándose en lo que él cree mejor. Y es gracias a esta educación y al hecho de observar a su hermano mayor, Jem (4 años mayor que ella), que se crean los conflictos y preguntas que irá salvando, siempre con la ayuda de su padre y de su hermano, a lo largo de toda la narración. Conflictos que nos harán pensar a nosotros, los lectores.

He aquí, pues, lo que para mí es una gran novela. Para mí y para muchos otros, más versados en la materia que yo. Una autora que consiguió la excelencia (Pulitzer) con su única obra: “Matar un ruiseñor”

Muy recomendable.